18 octubre, 2007


El obispo se tendió en el mecedor y naufragó en la nostalgia.
“¡Qué lejos estamos!”. Suspiró.
“¿De qué?”, dijo Delaura.
“De nosotros mismos”, dijo el obispo “¿Te parece justo que uno necesite hasta un año para saber que es huérfano?” Y a falta de respuesta, se desahogó de su añoranza: “Me llena de terror la sola idea de que en España hayan dormido ya esta noche”.
“No podemos intervenir en la rotación de la tierra”, dijo Delaura.
“Pero podríamos ignorarla para que no nos duela”, dijo el obispo. “Más que la fe, lo que a Galileo le faltaba era corazón”.
Delaura conocía aquellas crisis que atormentaban al obispo en sus noches de lluvias tristes desde que la vejez se lo tomó por asalto.


Del amor y otros demonios.Gabriel García Márquez